Un uppercut y una combinación de tres golpes catapultaron a James «Buster» Douglas a la fama. Y 25 años después, el fugaz monarca de los pesados sigue regodeándose con aquel nocaut que le propinó a Mike Tyson y que sigue considerándose una de las mayores sorpresas en la historia del deporte.
«Coronarme campeón era un sueño para mí», dijo Douglas al rememorar aquella campanada del 11 de febrero de 1990. «Conseguir eso fue lo máximo. Fue asombroso».
A Douglas, un púgil promisorio pero enigmático, no se le daba oportunidad alguna de sobrevivir muchos asaltos frente al temible Tyson, quien marchaba invicto como campeón. Aquella pelea por el cetro en Tokio se consideraba más bien un episodio de preparación para Tyson, de cara a una esperada contienda con Evander Holyfield, quien era entonces un astro en ciernes.
De hecho, un día antes del combate Tyson-Douglas, el promotor Don King convocó a una conferencia de prensa para hablar de las fechas y términos del pleito ante Holyfield.
Douglas tomó nota.
El retador era un tremendo deportista, que había jugado también basquetbol colegial. Pero no se le tomaba muy en serio pese a su foja de 29-4-1 como profesional.
Hijo de Bill «Dynamite» Douglas, un boxeador de poca monta, «Buster» había dado algunos destellos, pero en varios momentos mostraba poco corazón y disciplina.
Casi tres semanas antes del campanazo inicial en la capital japonesa, Lula Pearl, la madre de Douglas y la persona que más creía en él, falleció.
Esta semana, cuando se le recordó que nadie pensaba que tuviera posibilidad alguna de derrotar a Tyson, Douglas dudó antes de decir: «Ella sí lo creía».
Tyson era un tornado en el cuadrilátero. Tenía una foja de 37-0 con 33 nocauts antes de esa pelea. Las casas de apuestas en Las Vegas lo consideraban favorito por 42-1 ante Douglas.
La prensa coincidía. Ed Schuyler, periodista de The Associated Press, fue interrogado en la aduana cuando se dirigía a Japón. El agente le preguntó cuánto tiempo estaría trabajando en el país asiático.
«Unos 90 segundos», bromeó Schuyler.
Poco antes de que sonara por primera vez la campana, alguien en el público arengó a Douglas. Le pidió a gritos que ganara en memoria de su madre.
Y «Buster» salió inspirado. Soportó la tormenta en los primeros episodios, manteniendo a raya a Tyson, menos alto, con su jab de zurda.
En las postrimerías del octavo round, Douglas se fue a la lona.
«Yo estaba como admirando mi trabajo. Lo miraba a él. Me daba tiempo para mirar todo lo que ocurría, y presté más atención a sus reacciones que a seguir peleando», recordó. «Él terminó conectándome un buen golpe. Cuando me levanté, supe que tenía que concentrarme en lo que estaba haciendo».
King y Tyson consideraron después que Douglas no se levantó antes de la cuenta de 10. Oficialmente, consiguió reponerse cuando el réferi mexicano Octavio Meyrán contó hasta ocho.
Tras el episodio, los peleadores volvieron a sus esquinas. Douglas dominó el noveno asalto. En el décimo, vino la locura.
«Lo liquidé con una combinación. Le di cuatro golpes terribles. No pudo levantarse», relató Douglas.
King, al ver que se le escapaba un negocio millonario en la siguiente pelea, apeló el resultado. Días después, sin embargo, las principales organizaciones boxísticas reconocieron a Douglas como el monarca.
«El cuento de Cenicienta parece triste después de ver lo que `Buster’ Douglas ha hecho aquí esta noche», dijo después del combate Larry Merchant, comentarista de HBO.
Los dos boxeadores se han reunido pocas veces desde aquel entonces.
«Sólo nos topamos una vez, hace unos años en Cincinnati», recordó Douglas. «No hubo mucha charla. No nos sentamos ni conversamos como amigos o algo así. El siguió siendo algo cortante, así que no traté de presionarlo».
La vida de Tyson, dentro y fuera del ring, ha acaparado los titulares de la prensa durante años. En tanto, Douglas está satisfecho por vivir discretamente en una gran vivienda cerca de una comunidad agrícola, en las inmediaciones de Columbus, la ciudad donde nació.
En octubre de aquel mismo 1990 perdió el cinturón ante Holyfield en Las Vegas. La bolsa por su única defensa del título, estimada en siete millones de dólares después de impuestos, le dio para tener una vida cómoda.
Tuvo problemas de sobrepeso y diabetes. Pero a sus 54 años asegura que podría aún pelear «algunos rounds».
Se ha dedicado a sus cuatro hijos y a su esposa Bertha. Pasa cinco días por semana entrenando a jóvenes púgiles en un centro recreativo local, y se enorgullece por los logros de sus pupilos.
Rusty Miller está en Twitter como http://twitter.com/RustyMillerAP