Así como la historia de Don Quijote no puede ser contada sin su amada Dulcinea, la de don Gilberto Mendoza, un hidalgo de la vida, no puede ser contada sin su amada Elena Lucía Guadalupe Alvarado.

Desde hace 46 años ella ha estado en todas las batallas que libró Mendoza. Todas las veces que se cayó del caballo, que venció a los molinos, que fue tratado como un héroe o quizás, quien sabe, como un loco, no importaba la circunstancia siempre estuvo ahí para él.

Elena Lucía Guadalupe fue dirigente boxístico, scouts, política, parte de la azucarera El Palmar, madre y esposa abnegada, pues estaba con él en cada paso que daba. Por eso cabe aquella frase, aunque me acusen de ser trillado, que dice: “al lado de cada hombre debe haber una gran mujer”.

Mujer que conoció hace más de 40 años en Yaritagua, una población del estado Yaracuy que está ubicado al occidente de Venezuela. Ese lugar es parte fundamental en la historia de Gilberto, porque ahí conoció a su esposa y además la familia de su amada lo adoptó como uno más. Hoy son una cantidad innumerable de personas entre primos, hermanos, tíos, sobrinos y nietos que funcionan como un solo bloque y que conoció gracias a la unión con Elena.

Una unión como esas que ya no suelen darse y que producto de ella nacieron tres hijos: Gilberto Jesús Mendoza Alvarado, Alfredo José Mendoza Alvarado y Marielena del Carmen Mendoza Alvarado. El segundo de ellos murió sumamente joven y fue un duro golpe que sobrellevaron juntos.

Ella, robando las palabras de su hijo, siempre estuvo en su esquina hasta cuando físicamente no estaba presente. El día que Gilberto Mendoza tuvo que grabar el video para dar apertura a la convención 94 de la AMB, a la cual no pudo asistir, no se encontraba bien de salud y enseguida consiguió la fuerza: “no, chico”, dijo “ahí está la foto de Elena, yo la voy a ver a ella mientras conversamos” y así fue, todo el tiempo que habló lo hizo viendo aquel retrato de Elena Lucía Guadalupe, “porque ella tiene tres nombres” repetía tomándose su tiempo para pronunciar cada uno.

Y es que ella estaba en cada paso que daba, “hasta las cinco de la mañana estuvo ‘¡podemos hacerlo, vamos a hacerlo, hagámoslo juntos!”, dijo Elena haciendo referencia, entre risas, a aquella madrugada en la cual Gilberto Mendoza grabó, a través de notas de voz, su discurso de renuncia. “No durmió en toda la noche, lo llamaron a las 5 y media o seis de la mañana para anunciarle que iban a operarlo, se molestó y le dije ‘padre, hoy es día de Santa Lucía y va a iluminar esa operación’ y el aceptó ir a quirófano”, contaba su esposa.

Si la palabra valentía puede usarse, en toda su extensión, para definir a Gilberto Mendoza no se puede definir con otra a Elena, quien en los últimos meses ha seguido de pie a pesar de los momentos de flaqueza: Lo regañó, lo apoyó, lo aguantó, lo animó, se reía con él y lloraba con él. No se separó ni un minuto, pues si lo hacía por un instante, aunque sea para comer, de pronto sonaba su teléfono porque necesitaban de su compañía para ver una película, para comentar algo, para reñir, para sentirse realmente acompañado.

Si alguna inspiración tuvo en su vida este caballero andante fue a Elena Lucía Guadalupe, quien a su vez es la heroína de su historia.

«Ella pelea en mí y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser”, decía el hidalgo Don Quijote sobre su Dulcinea.