Puede que no le guste el deporte, que el boxeo no sea de su agrado, pero estoy seguro que usted sabe quién es Muhammad Ali, porque el legado que este hombre dejó trasciende todas las barreras posibles. Su lucha dentro y fuera de los cuadriláteros hizo que no pasara desapercibido en este mundo y ganara así la vida eterna mucho antes de su último adiós.
Cassius Clay, nombre con el cual fue registrado ante las autoridades luego de su nacimiento el 17 de enero de 1942, fue un rebelde con causa que nunca se amilanó ante ningún reto que enfrentó; con esa característica primordial, sus puños y su verbo mortífero, el originario de Lousville, Kentucky, logró su sitial en el mundo.
Sin embargo, la primera vez que se escuchó hablar con fuerza de Clay fue en 1960, cuando ganó en los Juegos Olímpicos de Roma la medalla de oro y luego inició su carrera en el boxeo rentado con el aval que da haber obtenido una presea dorada en la máxima cita del deporte mundial.
Su historia en el pugilismo profesional no desentonó comparado con los logros que obtuvo en el amateur. En 1964, con 19 careos a cuestas, venció en 6 rounds a Sonny Liston, para lograr su primer título mundial y un año más tarde lo noqueó en el primer asalto. Para esa revancha del 25 de mayo de 1965 ya no era Cassius Clay, era Muhammad Alí, un muchacho popular que mostraba en el ring su frase célebre “moverse como mariposa y picar como abeja” y que luchaba por los derechos de las personas de color.
No obstante, lo que hizo aún más grande su legado boxístico ocurrió después de su ausencia forzosa de los cuadriláteros por negarse a ir a la guerra de Vietnam en 1967. Sus tres grandes guerras contra Joe Fraizer, entre ellas el combate del siglo, lo hicieron inmortal. La primera de ellas en 1971 en el Madison Square Garden donde perdió por decisión unánime luego de 15 duros rounds. La segunda en enero de 1974, cuando en el mismo recinto le dio a su archirrival una cucharada de su propia medicina. Mientras que la última de esta trilogía fue en 1975 en Filipinas y fue bautizada como “The Thrilla in Manila”. Sin duda, un combate espectacular pactado a 15 asaltos que es recordado por el minuto de descanso tras finalizar el decimocuarto capítulo, cuando ambos gladiadores exhaustos del fragor de la batalla meditaron finalizar el careo, pero fue la esquina de Fraizer quien abandonó primero la refriega para darle una dramática victoria a un cansado Muhammad Alí.
Tampoco podemos pasar por alto su gran lucha contra George Foreman en Kinshasa, capital de la extinta Zaire. “The Rumble in the Jungle” fue una batalla promovida como la reivindicación de las personas de color, a esta fiesta no sólo asistieron los púgiles sino grandes estrellas de la música como Celia Cruz y la Fania All-Stars entre otros grandes. Sin embargo, lo que pasó en el cuadrilátero fue memorable. Alí dio una demostración de resistencia única y en el octavo asalto noqueó a su rival 7 años menor que él y recuperó su título de los Pesos Pesados de la Asociación Mundial de Boxeo.
Legado que aumentó tras convertirse en el primer hombre en coronarse tres veces campeón del mundo de la división reina del boxeo, tras vencer a Leo Spinks en 1978 y años después, en 1981, poner fin a su carrera como pugilista ante Trevor Berwick, quien lo venció por decisión unánime en 10 asaltos después de una fuerte controversia por las pruebas médicas que se realizó Alí, que, según afirmaban en aquel entonces, eran suficientes para no llevar a cabo el combate si se tomaba en cuenta que “El Más Grande” había vuelto al ring a finales de 1980 tras una inactividad de dos años.
Grande dentro y fuera del ring
Sus acciones fuera del entarimado, las cuales pegaron como rocas y noquearon a más de uno, fueron las que lo hicieron trascender a la eternidad.
Su férrea lucha por los derechos de las personas de color en Estados Unidos lo acercaron a personajes como Malcom X, lo hicieron convertirse al Islam para cambiar su nombre a Muhammad Ali y dejar en el pasado a Cassius Clay que para él era un nombre de esclavo. Sin embargo, su mayor lucha fue ante el gobierno de John F. Kennedy en 1967, cuando dijo “ningún vietnamita me ha llamado ‘nigger’” para reusarse a ir a la guerra de Vietnam. Esto le costó su título y su licencia para boxear, condena que lo alejó de los tinglados.
No obstante, dio una gran muestra de su valor y de ser un hombre con ideales inquebrantables que estaban por encima del dinero y los bienes materiales.
Así, con sus dos grandes hazañas dentro y fuera del ring fue llamado a la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Atlanta 96 para ser el último en llevar la antorcha y encender el pebetero, casi 10 años después que le diagnosticaron Parkinson, enfermedad que lo fue deteriorando progresivamente.
Aunque su recuerdo, su fortaleza y su legado no los deterioró ni lo deteriorará nada, porque el deportista más relevante del siglo XX para la prensa especializada en deportes forjó su leyenda con tinta indeleble y hoy el mundo lo recuerda y lo reconoce, aunque muchos ni siquiera hayan visto en su vida un combate de boxeo.