«El valor de la palabra jamás perderá vigencia así como este escrito tampoco la perderá, porque capta la esencia de mi padre a través de uno de los mejores cronistas de boxeo: Jesús Cova.», Gilberto Jesús Mendoza
“Caminante, son tus huellas el camino y nada más.
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.”
Los hermosos versos del poeta andaluz Antonio Machado se escuchaban quedos, casi inaudibles, en la voz del cantante catalán Joan Manuel Serrat, cuando el ceremonial religioso hubo concluido en la capilla Imperial de la funeraria Vallés y los grupos de acongojados familiares y de amigos se dispersaban, circunspectos, a la espera de que el féretro fuera trasladado hasta los hornos crematorios.
Fue el domingo pasado. Tres días antes Gilberto Mendoza, el hombre que por más de 33 años tuvo en sus firmes y férreas manos las riendas de la Asociación Mundial de Boxeo, el más antiguo de los organismos que en el planeta controlan el deporte de los puños, había bajado los guantes, por primera vez en su vida y ahora sí definitivamente, en el arduo y titánico combate que por más de siete años sostuvo contra un adversario que a la larga resulta siempre imbatible.
Desde muy temprano en la mañana se movían por allí, apesadumbrados, varios activos y exboxeadores venezolanos a quienes la persona que yacía, a pocos metros de ellos, puso generosa y solidariamente el hombro para ayudarles a elevarse hasta un título mundial, lo que 25 de ellos consiguieron durante su gestión.
Entre otros se contaban Antonio Esparragoza, Kike Rojas, Alexander Muñoz, Leo Gámez, Ernesto España, Liborio Solís, Alfonso Blanco. Muchos más. Con su presencia no ´hacían sino dejar testimonio de su gratitud para y por quien fue su mecenas, alguien que ha dejado una impronta ejemplar y un vacío difícil de llenar a escala mundial en la añeja disciplina de los golpes, a la que hizo aportes de capital importancia desde su ascenso a la presidencia de la entidad en octubre de 1982, hasta su renuncia en diciembre del año pasado.
En aquella ceremonia de despedida y una vez terminada la misa solemne en su memoria, el excampeón mundial pluma Antonio Esparragoza pronunció palabras hondamente conmovedoras. “No lo perdimos. Hoy lo vamos a sembrar y lo tendremos por toda la vida en nuestra mente y corazón”, dijo, entre otras cosas.
Le siguió el periodista deportivo José Visconti, quien evocó algunos nombres de púgiles criollos que dieron prestigio al país internacionalmente, llevados de la mano por GM. Intervino también el promotor estadounidense Gary Shaw, quien apuntó que “Gilberto fue como un rayo de sol. Y cuando eres un rayo de sol puedes mantener una sombra grande, por la que muchos caminamos…Ese rayo de sol se alejó un poco, pero esa luz saldrá de nuevo…(fue) un hombre cuya palabra valía más que su firma o un apretón de manos…”
Finalmente su hijo y sucesor en la presidencia de la AMB, Gilberto Jesús Mendoza Alvarado, flanqueado por su madre Elena, su hermana María Elena y su esposa Andrea, destacó que “mi papá nos deja un legado grande: el entendernos el uno al otro, el saber cuál es la necesidad que tiene el otro, ponerte bravo pero abrazar al otro después y tratar de buscar un punto de equilibrio”.
Mientras les escuchaba hablar revivieron en mí las circunstancias en que le conocí.
Ese encuentro inicial entre ambos ocurrió fuera de Venezuela, concretamente en octubre de 1982 en San Juan de Puerto Rico, horas antes de su asunción como presidente de la AMB. Era yo Comisionado Nacional de Boxeo Profesional y había viajado a la “Isla del Encanto” para ratificar formalmente que Mendoza formaba parte, en efecto, de una comisión local de boxeo, la de Aragua en el caso, requisito sine qua non para su elección. Lo hice a sala plena de los delegados de distintos países, a solicitud del panameño Rodrigo Sánchez, quien se iba del magno cargo aquejado de un mal contra el cual cedió unos meses después de la Convención.
Gilberto, mi amigo inolvidable, era entonces un joven ingeniero industrial nativo de Barquisimeto (cumpliría 73 años el 30 de este mes), graduado en la Universidad Católica Andrés Bello, cursante de un postgrado en la universidad de Toledo, Ohio. Me enteré, de su boca, que de adolescente jugó fútbol y practicó boxeo. Que estaba en la dirigencia del boxeo en Aragua desde hacía algo así como par de años. Que era autor de un manual para el manejo de las clasificaciones de los boxeadores (años después sería el padre creador del programa KO a las Drogas, de gran proyección social, otra de sus iniciativas), entre otras valiosas contribuciones.
Fue aquel el comienzo de una sólida amistad, siempre con el boxeo como hermético lazo de unión, una amistad que se prolongó por 34 años y que cesó solo ahora con su dolorosa partida física de hace siete días.
En esas más de tres décadas tuvimos solo -“mea culpa”- un fugaz desencuentro. Al reconciliarnos nunca jamás recibí de él reproche alguno por mi inconsecuencia del ayer. Esa su probada hombría de bien hizo crecer más mi afecto y mi sincera admiración por alguien que me había dado la irrefutable prueba de poseer un noble corazón, de ser incapaz de resentimientos.
Y de quien con franco pesar, finalizo, me ha costado tanto escribir hoy. Digo de él con convicción, con palabras no mías (creo que pertenecen al bardo cumanés Andrés Eloy Blanco) que Gilberto Mendoza fue sin duda alguna “un hombre bien construido por dentro, serena la claridad interior”.