El pasado martes 4 de este mes se conmemoraron 247 años de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y, por coincidencia, también 113 de la Primera Pelea del Siglo en la longeva historia del boxeo, actividad que para aquel momento era el deporte de mayor arraigo de todos los que se practicaban en el planeta que habitamos.
Sobre un ring improvisado en el centro de la ciudad de Reno, Nevada, en un local con aforo para 20 mil espectadores se enfrentaron aquel lejano día Arthur John Johnson, deportivamente conocido como Jack Johnson, el Gigante de Galveston, Texas, predestinado a abrir las puertas de la fama, años después, a otros grandes peleadores de su raza-entre ellos Joe Louis, Ray Robinson Muhammad Ali y Mike Tyson, por citar solo a los más renombrados, entre decenas- y el primer afroamericano en ser campeón del mundo de todos los pesos. En la trinchera opuesta se hallaba el exsoberano e invicto James J. Jeffries quien volvía de un retiro de seis años y etiquetado como “La Gran Esperanza Blanca.” Ese es el cuento que nos disponemos contarles, valga la redundancia.
En verdad el evento en cuestión no debe ser llamado, literalmente, un combate de boxeo. Más que eso fue realmente el enfrentamiento entre dos etnias en un choque cuyo fin último era el de probar la hipotética superioridad de una raza sobre otra, que no hay tal, en la lucha secular de blancos y negros que aún persiste universalmente si bien, como se ha repetido, no en estos tiempos con la furiosa irracionalidad y censurable pugnacidad de años no del todo remotos, acotemos.
En una de las esquinas del choque, tal como adelantamos, estaba Jonhson, el campeón de 32 años, descendiente de negros esclavos emancipados, de sonrisa perenne destellante por los dientes de oro, irreverente, que hacía mofa de las barreras raciales, extravagante, un atildado dandy, arrogante, insumiso, burlón, seguro de su valía deportiva y humana y monarca ecuménico desde dos años atrás, en la primera pelea autorizada de campeonato mundial entre pesos completos de diferente color de piel, al noquear técnicamente en 14 de 20 vueltas al canadiense Tommy Burns en Sídney, Australia, el 26-12-08, a quien acosó y retó durante unos dos años para que le diera la oportunidad titular.
Johnson expondría frente a JJJ por 4ª. vez la faja, defendida contra Philadelphia Jack O´Brien, un empate, el 19/5/1909; Al Kaufman, KO10, el 9/9/09 y el excampeón mundial mediano Stanley Ketchel, KOT16 el 16/10/09. Cinco años antes de Burns, el 3 de febrero de 1903, ante Ed “Denver” Martin, el temido JJ había conquistado su primera corona, la del peso pesado para el “Campeón Mundial de Color”, entre iguales de raza.
En la trinchera opuesta de aquel 4 de julio estaba Jeffries, ya dijimos, de 35 años, jamás derrotado en 25 peleas de las que había ganado 16 por KO, con 3 decisiones, 2 tablas y 3 no contests, apartado de su granja de alfalfa que cultivaba desde seis años antes luego de dejar prematuramente el boxeo. Había regresado en respuesta a los pedimentos, casi súplicas, de aficionados blancos que repudiaban el hecho de que un negro estuviera sentado en el trono de la categoría que confería mayor prestigio. En aquel grupo de seguidores destacaba el reputado periodista Jack London, autor de la famosa novela Colmillo Blanco, entre otras obras, creador de la denominación de Gran Esperanza Blanca que se endilgó a Jeffries, su ídolo, quien cuando era el campeón había dicho despectivamente de Johnson, su potencial rival, que ”él es un buen boxeador, pero es negro. Si yo no fuese el campeón me enfrentaría a él como a cualquier otro, pero lo soy. Y el título no irá a manos de un negro mientras yo pueda evitarlo.” De 1,85 de estatura, un centímetro más que el texano, Jeffries, alias El Calderero, había rebajado unos 43 kilos para el regreso y en apariencia parecía en la condición física perfecta para contener al campeón, de una impresionante masa muscular, que gustaba de pelear a la media distancia, a la defensiva, siempre en espera del menor descuido o brecha que dejara el rival para entonces atacar con furia devastadora, sin detenerse hasta no ver derrumbarse al contrincante de turno.
Fue exactamente esa la táctica que empleó Johnson sobre el ring aquel 4 de julio de 1910 para frustrar las pretensiones de Jeffries, quien vanamente, desde el primer campanazo, procuraba acercarse y atacarlo, mientras que Johnson lo golpeaba y luego buscaba el clinch. Repetía la dosis y paulatinamente fue minando la resistencia del retador, nunca antes apabullado de tal modo. Minuto a minuto, paso a paso, sin apuro, pero sin pausas, hizo de Jeffries una marioneta a la que movía a su antojo. En el round 15 lo impactó con una recia izquierda a la cabeza y el excampeón se fue al piso por primera vez en su carrera. Para la época no existía la regla de enviar a la esquina neutral al boxeador de pie. De tal modo que Johnson cargó de nuevo contra el rival, lo tumbó por segunda vez con 2 duros golpes y a una tercera caída el árbitro y a la par promotor Ted Rickard protegió a Jeffries mientras desde la esquina de este lanzaban al ring la piadosa toalla del armisticio, a los 2 minutos y 20 segundos del round.
Era el fin de la Gran Esperanza Blanca y la muerte también de las ilusiones de los más de 20 mil aficionados, todos blancos (no se permitió la entrada de negros), que no cesaron de hostigar vanamente a Johnson, quien los ignoró a lo largo de la pelea, siempre con una sonrisa de desprecio.
ACUSACIÓN, CONDENA, HUIDA, EL RETORNO
Cuando trascendió al público lo sucedido en la pelea, en Reno y otros lugares del país (no hubo transmisiones al aire por la radio, único medio inalámbrico para la época), en buena parte de Estados Unidos estalló lo que bien puede ser llamado un incendio de grandes proporciones: en 52 ciudades y 25 estados de la Unión eufóricas masas de hermanos de raza de Johnson echaron al aire su alegría, repelidos de inmediato por airados grupos de los hoy llamados supremacistas blancos. Los graves disturbios se prolongaron por varios días ante decenas de agentes policiales impotentes para detener la alegría de un bando y la furia desatada en el otro. Todavía hoy se desconoce con exactitud el número de muertos estimado, grosso modo, en una veintena de personas con más de un doble centenar de heridos.
Un par de años después de su victoria sobre Jeffries, implacablemente perseguido por sus miles y poderosos enemigos, el contestatario boxeador sería víctima de aquellos. Había estado un breve tiempo en prisión en 1912 por haberse trasladado con una mujer blanca, su segunda esposa Lucille Cameron—las mujeres de ese color eran su debilidad– de un sitio a otro dentro del territorio, “con propósitos inmorales”, delito penado por la Ley Mann de 1910 (aplicada retroactivamente en su caso, con ilegalidad, por tanto), y luego un jurado de 11 personas, todas blancas, lo sentenció a un año de prisión. Johnson huyó entonces a Europa, donde estuvo un tiempo y peleó allí y también viajó a Argentina, México y Cuba.
Perdería la corona en La Habana frente a Jess Willard el 5 de abril de 1915 a los 2´20” del round 26 de una pelea pactada a 45 asaltos que tuvo un sospechoso resultado. Johnson afirmó más tarde que había entregado la pelea para poder regresar a su país, previo acuerdo con el Departamento de Estado. Cuando retornó a EE.UU. estuvo preso entre septiembre de 1920 y el 2 de julio del siguiente año.
Al salir de la cárcel volvió al boxeo: entre el 6 de mayo de 1923, con 45 años, y el 28 de abril, ya con 53 almanaques y 28 días exactamente peleó 11 veces, la última ante Brad Simmons, a quien noqueó en 2 tramos. En el período combatió en 11 ocasiones para balance de 6 triunfos y 5 reveses.
MUERTE Y PÓSTUMO PERDÓN
Jack Johnson, un simbólico y nada común personaje del cuadrilátero y del deporte en general, considerado uno de los 10 mejores pesos completos de la historia, dejó el boxeo con una marca extraoficial de 77 peleas ganadas, 48 de ellas por KO, 13 derrotas, 14 tablas y 19 sin decisión. Otra publicación le asigna marca de 55 ganadas, 35 por KO, 10 derrotas con 6 por KO, 5 ganadas por descalificación con 1 perdida, 9 empates, 3 no contest.
Un muy especial miembro del Salón de la Fama Internacional de Boxeo desde 1990, Johnson, nacido el 31/3/1878, falleció a los 68 años de edad el 3 de junio de 1946 en un accidente de tránsito al volante de uno de sus muchos automóviles de lujo en una autopista de Raleigh, Carolina del Norte. Minutos antes se había ido furioso de un restaurante en el que se negaron a atenderlo. Por el color de su piel.
En abril de 2018 el para entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en respuesta a miles de peticiones en tal sentido, de ellas la más reciente formulada por el famoso actor Sylvester Stallone, Rocky Balboa en el cine, otorgó a Jack Johnson el merecido y simbólico perdón por la condena de la que fue injusta víctima.