En el Virgin Hotel de Las Vegas, Josh Taylor tenía apenas poco público. Una que otra bandera de su país Escocia se sacudía entre las luces azuladas. Pero nadie dudaba de su determinación a la hora de pelear con un José Carlos Ramírez batallador, que se levantó de dos caídas, y alargó el pleito hasta las tarjetas. El resultado fue para Taylor por decisión unánime (114-112 x3) y se vistió de gala con todos los cinturones de peso súper ligero de la AMB, el CMB, FIB, OMB y el de la Revista The Ring. Desde ahora lo llamarán campeón indiscutido.

No fue una pelea fácil para ninguno. Taylor ganó mucha confianza después de tumbar de forma consecutiva a Ramírez en los capítulos seis y siete, y de la última parecía que no tenía más fuerzas para recuperarse. De modo que, por ejemplo, en el octavo Ramírez, de sangre mexicana, trataba de encontrar una molécula de esperanza en el ambiente, a la vez que el europeo se afianzaba. Las dos caídas se hicieron notar en el puntaje. Fue un parteaguas. En el tramo final, Ramírez tuvo un breve despegue, pero era obvio que si no noqueaba, su historia estaba escrita.

Corrían los primeros rounds y quedaba claro que tanto Ramírez como Taylor tenían el plan de dinamitar al otro con muchos golpes al cuerpo. Y la estrategia de Ramírez era buscar el mentón de Taylor con cruzados de izquierda, que muy bien llegaron. Por momentos el nuevo rey se acomodaba en las cuerdas resistiendo, mientras leía intenciones y pensaba en un mejor plan. Hasta que llegó el sexto round de la caída, después la otra, y el desmoronamiento de un Ramírez que vendió cara la derrota.

El panorama no puede ahora ser mejor para Taylor. Su legado se ha vuelto más grande. Barrió a sus rivales en la Serie Mundial de Boxeo (World Boxing Súper Series) y al ganarle a Ramírez no hay otro oponente a su medida. Ha hecho historia para su país sin ser profeta. Sigue invicto en 18 peleas, con 13 noqueados. Le espera largo reinado o su incursión inmediata a las 147 libras.