Cada vez que alguien me dice algo de Muhammad Ali, siempre recuerdo esta anécdota.
La primera vez que escuche hablar de Ali fue de boca de mi padre. En una entrevista de televisión alguien le pregunto quien fue el mejor boxeador de toda la historia. Sin dudar, él respondió: ¿Quién más? El mas grande fue Muhammad Ali.
Bastó eso para que un niño inquieto como yo comenzara a investigar acerca de la vida de la gran figura deportiva. Al final, tal como lo expreso mi padre, llegué a su misma conclusión.
Muhammad Ali, antes Cassius Clay, fue un extraordinario boxeador sobre el cuadrilátero. La velocidad, vistosidad de su técnica, reflejos e inesperado poder lo llevaron a lo máximo en el boxeo aficionado y profesional. Su presea dorada en Roma y ser el primer boxeador peso completo en coronarse en tres oportunidades demuestran su calidad e inmortalidad.
Pero el boxeo no lo fue todo, Ali traspasó esa barrera para ser un ídolo mundial del deporte. Hubo muchas razones para lograrlo, principalmente siendo fiel a sus principios y valores.
Si mencionamos el tema de la discriminación, solo basta recordar el incidente de haber lanzado su preciada medalla de oro al río Ohio, por haberle negado la entrada a un restaurante en su ciudad natal de Louisville, Kentucky. Esta acción –cuestionada por algunos- lo convirtió en una leyenda para el movimiento negro de los Estados Unidos.
Además su convicción contra la guerra quedo sellada al ser llamado por la milicia norteamericana y rechazar su servicio por no querer enfrentamientos entre la raza humana. El costo elevado lo llevo a perder su reconocimiento como campeón del mundo y aún mas desafiante la forma de ganarse la vida para un padre de familia. Hay que tener coraje para poner todo en juego por simplemente aferrarse a la libertad de pensamiento y expresión.
Si me tocase definir a Ali, seria simplemente diciendo que es todo para el boxeo. A él le debemos todo el progreso, vigencia y popularidad del pugilismo. Las veces que Ali a través de sus rivalidades ante Frazier o Foreman llegó al mundo sin contar con la interconectividad de hoy y sembró en miles de personas admiración por el deporte que lo llevo a la inmortalidad.
Si bien es cierto que volaba como una mariposa y picaba como una abeja, en mi caso, me llenó de una pasión sin fin que me lleva cada día a trabajar para hacer del boxeo el mejor deporte de todos.