La poesía es de lo más sublime que nos ha regalado vida. Nos enfrenta a la mediocre realidad, nos invita a no conformamos y quienes la apreciamos buscamos en ella refugio. Seguimos poetas, juglares o cantantes porque nos invitan a pensar y a romper paradigmas.
Quedarse quieto y conformarse no puede ser una salida en los tiempos que corren. Estoy seguro que así ha sido en lo 60, 70, 80, 90 y, por supuesto, los 2000 no escapan de este pensamiento. Por eso, siempre es de admirar cuando alguien se enfrenta a la situación y busca hacer algo por mejorarla.
Gilberto Mendoza fue uno de ellos. Él rompió el paradigma contra aquellas personas que tienen, aunque sea, una pequeña parcela de poder porque supo qué hacer con él. No se dejó obnubilar por su cargo y lo ejerció en pro de ayudar a los demás. Así lo refrendan: Fidel Bassa, Antonio Cervantes, Hilario Zapata, Leo Gámez, Roberto Durán, Luvi Callejas y tantos otros boxeadores que gracias él tuvieron la oportunidad de cumplir su sueño.
Fue un hombre risueño, bromista, trabajador, de fuerte temperamento y de grandes amigos. Disfrutaba de la vida, veía boxeo y hasta echaba un pie. Disfrutó tanto como pudo. Lo hizo en su juventud como boxeador y futbolista. En su adolescencia como bachiller y universitario. En su vida adulta como estudiante de posgrados, político, scout y dirigente deportivo.
Gilberto hizo de su vida un poema, con todo lo que ello conlleva, la vivió al máximo y se enfrentó a lo que hizo falta. Sus discursos y columnas, todos bien pensados, son prueba de ello. Prueba de su vigencia, prueba de que fue un hombre adelantado a su época.
Hoy su mejor homenaje, su Hall de la Fama son todos aquellos que lo recuerdan desde Venezuela hasta Alemania. Para un hombre como él no hay mejor tributo. Lo escribió Antonio Machado, nos lo hizo cantar Joan Manuel Serrat y con ello se despidió Gilberto: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” y vaya que hizo un gran camino aunque, como poeta incomprendido, aún hay quienes no quieran darle el espacio que merece en aquel lugar ubicado en Canastota.
Hoy alzamos la mano izquierda, la del corazón, para darle gracias por tanto, señor Gilberto.