BILBAO – Un boxeador no es nada sin su leyenda, y Kerman está empezando a escribir la suya, golpe a golpe, victoria tras victoria. El sábado derrotaba por decisión unánime a Lazslo Toth, que se presentaba en Bilbao con un saldo de 18 peleas ganadas de 20, 14 de ellas antes del límite. Asomaba un pegador, pero el magiar demostró ser mucho más que eso. Aunque cayó en el segundo asalto, aguantó hasta el final los embates de Lejarraga, que no dejó de empujarle hacia las cuerdas en todo momento. El visitante agotó sus fuerzas para desmentir su sino, y ayudó a ensanchar la sombra de Kerman.
Miribilla colgó el cartel de no hay entradas para acoger la disputa por el título internacional de la WBA (Asociación Mundial de Boxeo), un cinturón que vale su peso en oro (concretamente, 10.000 euros), y los contendientes se lo tomaron en serio. No hubo concesiones, nada de treguas ni abrazos, solo la insistencia de matar el miedo a guantazos.
Bajo la atenta mirada de Manu Maritxalar, juez supremo del combate, los púgiles arrancaron enérgicos. El de Morga se fortificó en el centro del ring y mantuvo a raya a su rival, apoyado en su excelente físico y en un directo de izquierda que ya conoce toda Europa. Por su parte, Toth trató de romper la guardia del de Morga con series precisas y acometidas puntuales, pero cada vez que avanzaba se comía un puño con sabor a metales. En el segundo asalto, un crochet de Lejarraga peinó el cráneo de su adversario, que hincó la rodilla en la lona. El húngaro se incorporó de inmediato. Falsa alarma.
Para entonces el afilado Toth ya había probado los nudillos del vizcaino, que insistía en el uno-dos y alternaba los directos con algún que otro upper, muy útil para quitarse de encima a pulpos que prefieren eludir la esgrima. No era el caso. Toth bufaba como un toro ensartado pero se mantenía firme y encajaba el aluvión de golpes (sobre todo directos) de Lejarraga con una entereza casi mística; eso sí, su rostro dibujaba cordilleras y fosas, simas y cráteres…
A partir del sexto asalto, el espigado púgil apostó por el contragolpe y conectó varios crochets en la mandíbula del vizcaino, que apenas se resintió. Kerman buscaba una y otra vez penetrar por el centro, separando los pequeños guantes de Toth y buscando sus pómulos, el entrecejo o la quijada. Con los ojos como rendijas, Toth apenas podía atisbar los silenciosos misiles que lanzaba el marrazo de Morga.
El combate fue feroz, doce asaltos exprimidos hasta el límite, aunque perdió intensidad en el tramo final, a medida que menguaban las fuerzas de ambos contendientes. A Kerman le dolían las manos y a Toth le dolía la vida. Había ciertos rastros de espanto negro en las pupilas del húngaro, pero cuando más muerto parecía, cuando se replegaba a las cuerdas chorreando la sangre que le sobraba, regresaba de las tinieblas para soltar directos precisos y enérgicos. No fue suficiente. Los jueces sentenciaron: doce de doce asaltos para Kerman, aunque uno de ellos solo le vio ganador en ocho.
Lejarraga lloró. Lagrimeó mientras el público que abarrotaba Miribilla coreaba su nombre, mientras le encajaban el cinturón dorado de la WBA, lloró porque, aunque desconoce lo que vale el cinturón, sabe bien lo que cuesta.